


Lo entiendo. Juro que lo entiendo. Comprendo y comparto la pasión que despierta el diseño japonés en occidente. Al fin y al cabo están en la onda y hacen mucho de lo que aquí se considera bueno con un espíritu más fino y acertado; en realidad, las más de las veces, ellos son la onda. Pero la finura japonesa no puede oscurecernos el juicio haciéndonos olvidar que en China también se hacen cosas bellísimas, incluso para nimiedades como un paquete de pan de gamba preparado como el que se puede ver más arriba. Y es que muchas veces abandonamos nuestro gusto a las condiciones del lugar donde encontramos los objetos, nos dejamos llevar por el sitio, por lo que rodea a una cosa para decidir si es bueno o malo. Cambiemos los caracteres de la caja y veámoslos ahora como si fueran japoneses, pensemos en un agradable expositor, delicado y limpio de formas de una tienda de productos nipones y no en los chinos cutres de la Plaza de San Ildefonso en Madrid donde compré esta caja. ¿No vemos este diseño con otros ojos? Seguro. Incluso, ahora, lo estaríamos sobrevalorando. Lo cierto es que no abríamos mejorado mucho, pues habríamos cambiado un prejuicio por otro.
Y es que el diseño chino nos ayuda a responder a una pregunta que nos acecha cada vez que hablamos de las maravillas del diseño popular, del diseño de oficio, que es: puesto que la gran mayoría de lo que vemos en la calle es una mierda (cierto), ¿no estamos siendo algo pretenciosos al valorarlo tan positivamente por unos pocos ejemplos que, además, son difíciles de encontrar? Tengo que reconocer que esta duda nos la planteamos cuando nos decidimos a comenzar con el blog, y que no fue hasta más tarde que creí poder solucionarla de alguna manera. Efectivamente, mucho de lo que se hace y se ha hecho en el diseño popular es malo (la mayoría), pero es que también la gran mayoría de lo que se hace y se ha hecho en el diseño con mayúsculas, no sabría como llamarlo, la verdad, es horroroso, y debe ser juzgado aún con más severidad, ya que tiene unas pretensiones y goza de un prestigio de los que el otro carece. La excelencia es minoritaria.
Entre los tarros y paquetes recargados, con dorados imposibles, fotografías de grasientos platos precocinados y colores chillones, que parecían convencerte de que no habría nada realmente bueno, de que buscar la belleza de lo cotidiano es inútil, este paquete se mantenía con una dignidad que merecía ser apreciada. Hic Rhodhus, hic salta.